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]]>Los orígenes de La Llorona no están del todo claros y muchos la identifican con mitos trágicos en los que aparecen personajes femeninos que lloran la muerte de sus hijos, pero a día de hoy, no se sabe a ciencia cierta dónde ocurrió realmente o dónde se forjó la leyenda. Algunos la relacionan con la Malinche, quien fue la mujer nahua que dio a luz al hijo de Hernán Cortés. Allá donde estés te dirán que la historia sucedió en ese mismo sitio, en la orilla más cercana del mar, del río o del lago más próximo.
Lo cierto es que muchas personas afirman haber sufrido experiencias extrañas cuando eran niños. Esto mismo le ocurrió al pequeño Carlos, quien no creía en las advertencias y las historias que sus amigos e incluso los adultos de su pueblo le contaban. Pensaba que simplemente eran bulos, falacias inventadas para que los niños no anduvieran solos por la noche y obedeciesen a sus padres, pero nunca imaginó que detrás de toda historia se esconde, por lo menos, algo de verdad.
Todo se remonta muchos años atrás, cuando en los poblados coloniales que se acabarían transformando en lo que México es hoy en día, todavía convivían nativos y conquistadores, como había sido el caso del pueblo de Carlos.
En aquel entonces, una joven llamada María destacaba en el poblado por su belleza y mantenía embelesados tanto a los indígenas como a los colonizadores españoles que también habitaban la región. Todos los días bajaba a buscar agua al río junto a su abuela y notaba cómo se clavaban en ella todas las miradas conforme caminaba.
Ella pensaba que era demasiado hermosa como para casarse con cualquier joven de su poblado y le prometía a su abuela: “Abuelita, cuando me case, lo haré con el hombre más rico y guapo del mundo”. La anciana, sabia donde las haya, siempre le respondía: “Caras vemos, corazones no sabemos, querida. Es más importante un corazón bonito que un rostro bonito”.
Finalmente, como había prometido, María acabó casándose con la persona más rica del poblado, un conquistador fuerte, elegante y apuesto con el que tuvo dos hijos. Los primeros años fueron felices, pero el español no tardó en volver al mar y a la vida errante. Se ausentaba durante meses, solo regresaba para ver a sus hijos y jugar con ellos durante el día y por la noche se emborrachaba con sus amigos. Ya no sentía interés alguno en ella.
María comenzó a escuchar rumores que sugerían que su marido pensaba abandonarla y casarse con una joven rica de otro país, lo único que le impedía hacerlo eran sus dos descendientes a quienes tanto quería. María cada vez sentía más celos, no solo de las mujeres del poblado, sino también de sus propios hijos.
Cierto día, desde la puerta de su casa, vio aparecer a su marido en un carruaje acompañado de una bella dama. El hombre se detuvo sonriente para hablar con sus hijos y ni siquiera le dirigió la palabra a su esposa. En un arrebato de ira ciega, María se llevó los niños arrastras hasta el río donde siempre iba a buscar agua de joven y se sumergió agarrándolos de los brazos entre lágrimas de dolor. En cierto punto, María recobró la cordura, pero la corriente ya era demasiado fuerte y simplemente pudo observar cómo se alejaban sus hijos hacia las profundidades. Ella trató de salvarlos sin éxito y terminó ahogándose en el intento.
Desde entonces, los lugareños de aquel pueblo pueden escuchar llantos entre los árboles de la orilla y muchos afirman haber visto una mujer pálida vestida de blanco y completamente mojada. “Mis hijos”, se puede escuchar entre los llantos, “¿dónde están mis hijos?”. Con el paso del tiempo, dejaron de llamarla María y comenzó a conocerse como La Llorona.
Carlos estaba convencido de que esa historia no era real. “Cuando oscurezca”, le decía su madre, “La Llorona saldrá a buscar a sus hijos y, como te encuentre, se te llevará al río”, pero una tarde se quedó jugando hasta tarde. Cuando sus amigos le advirtieron de que estaba anocheciendo, el decidió quedarse solo y escuchó los llantos de La Llorona. Sintió el viento estremecerse, los animales inquietarse y escuchó “¡Mis hijos!”. Una mano fía como el hielo se posó en su hombro y Carlos echó a correr sin mirar atrás. De no ser por las marcas rojas de los cinco alargados dedos que quedaron para siempre impresas en su piel, nadie le habría creído nunca.
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]]>Fue un verano de 1973 cuando sucedió la tragedia de Rosita y Luis, quienes buscando pasar un buen rato encontraron una caja polvorienta en el fondo de un baúl escondido. Jamás pensaron que este no sería como cualquier otro juego de dados…
Por aquel entonces, la localidad de Tequila, en el estado de Jalisco, México, era más parecida a un pueblo de lo que es ahora y las familias eran más humildes. Rosita y Luis eran los hijos de un panadero local y nietos de un abuelo que acostumbraba a coleccionar antigüedades y objetos extraños. Era un señor agradable, aunque muy misterioso, y siempre bromeaba con perderse entre las ruinas aztecas cuando ya no le quedasen ganas de seguir viviendo. El invierno de ese mismo año, 1973, desapareció sin decir nada a nadie y ni siquiera la policía pudo encontrar rastro de él.
Durante el verano, los niños de Tequila acostumbraban a disfrutar de la libertad que les otorgaban las vacaciones de la escuela y buscaban aventuras con sus amigos, montaban en bicicleta, visitaban ríos cercanos, jugaban en las plazas y hacían todo tipo de travesuras. No obstante, este sería el primer verano en el que no estuviera el abuelo de Rosita y Luis a quien solían visitar todos los agostos a su casa de campo.
La familia dio por hecho que el anciano había cumplido su “amenaza” después de tantos años y partió a perderse entre las ruinas aztecas. Tras este aparente fallecimiento, su padre decidió que restaurarían aquella vieja propiedad y la venderían. Emprendieron un viaje que duraría un par de semanas para recoger todos los recuerdos valiosos, tirar la basura y adecentar el inmueble de cara a posibles compradores.
En aquella casa, sin el abuelo para contar historias espeluznantes, todo parecía más aburrido y oscuro. Los padres de Rosita y Luis estaban ocupados durante el día tratando con interesados en comprar la propiedad y recogiendo, limpiando y reparando todas las habitaciones.
– Me aburro, Luis – Confesó Rosita a su hermano, tirada del revés en el mullido sofá.
– Papá dijo que no podíamos salir de la casa mientras estuviéramos solos, pero no dijo nada respecto a explorar el viejo desván. ¡Seguro que hay muchos trastos viejos! – Respondió Luis meditabundo.
El chiquillo prendió con cuidado una de las velas que había en la sala de estar y se dirigieron hacia el último piso del hogar, al que se accedía a través de una escalera desplegable. Rosita se tuvo que subir a los hombros de Luis para poder alcanzarla.
Una vez dentro, la tenue iluminación de la llama revelaba objetos envueltos en telarañas y polvo, antigüedades de origen azteca, y muebles mellados por el paso de tiempo. En el interior de uno de ellos encontraron una caja que contenía dos dados y unas instrucciones en un idioma que no hablaban. El papel estaba lleno de números y símbolos extraños.
– Creo que es azteca, el abuelo siempre contaba historias de por aquel entonces. Le encantaba todo lo relacionado con las tribus – La voz de Rosita denotaba miedo.
– Pero… ¿Y cómo jugamos si no podemos entender las reglas? – Luis le pasó las instrucciones a su hermana y ésta se sumió en un incómodo silencio.
De repente, una ráfaga de viento sopló ahogando la vela que sostenía el muchacho tembloroso y quedaron totalmente a ciegas. Luis escuchó los dados rodar por el suelo y las tablas huecas de madera crujir bajo las pisadas de alguien más pesado que su hermana. Él permaneció quieto como una estatua.
– ¿Rosita? – Llamó, pero nadie contestó.
Muerto de miedo y sumido en la completa oscuridad, Luis dejó caer el candelabro y trató de encontrar de nuevo la entrada a aquella buhardilla palpando con sus manos todo lo que le salía al paso. Al principio reconoció los mismos muebles que antes, pero cuando empezó a palpar el suelo en busca de la compuerta, en lugar de tablas de madera, le parecía estar tocando hierba y lodo. Siguió tratando de ver con las palmas de sus manos, pero solo apreciaba árboles, arbustos y maleza a su alrededor. Si lo que podía percibir con el tacto era cierto, ¡se encontraba en una selva!
A partir de cierto punto, notó el comienzo de una escalera de piedra, también paredes con relieves simétricos que le inducían a pensar en los símbolos que acababa de ver en aquellos dados. Parecía el interior de una construcción azteca. Siguió palpando con sus manos hasta que notó algo blando. Era un rostro, un rostro viejo y arrugado. Recorrió el contorno de aquella cara, la barbilla, los labios, los pómulos. Era su abuelo quien yacía entre sus brazos.
Luis saltó hacia atrás de la impresión y, en aquel preciso instante, la vela se volvió a encender de nuevo. Volvía a estar en el desván de aquella vieja casa, en donde los dados parecían mirarle desde el suelo. Parecían susurrarle en aquel idioma que no comprendía.
Aquel verano de 1973, la familia vendió su propiedad, pero nunca más volvieron a saber de Rosita. Desapareció de igual forma que su abuelo, sin decir nada a nadie y sin dejar rastro. Esta es solo una historia más de cuando los niños todavía vivían aventuras.
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]]>Matt y Laura alquilaron una casa rodante, abandonaron su moderno departamento en Melbourne y se dispusieron a recorrer todo el territorio australiano.
Esa tarde de enero el calor fue el más bochornoso de todo el viaje.
—Deben de hacer por lo menos 40 grados, —dijo Matt, a quién le gustaba todo lo que tuviera que ver con números. Cuántos litros de gasolina consumía el vehículo, los kilómetros recorridos, y ahora parecía que también se había obsesionado con la temperatura.
Laura se limitó a abanicarse con la revista de modas que había comprado en la última estación de servicio. No solo sentía la piel caliente, su cerebro también estaba hirviendo.
El sol no tardó en ponerse rojo brillante, y las montañas rocosas, durante el día naranjas, se tiñeron de un tono violáceo. Estaban en el centro del país, en uno de los desiertos más extensos del mundo, donde el horizonte era infinito.
—Para aquí. —le suplicó Laura de pronto.
Se decía que los atardeceres en ese lugar eran los más bonitos, y como el sol estaba a punto de esconderse, Laura quiso contemplarlo como es debido.
—Llegaremos tarde a Alice Springs, la dueña del hotel nos está esperando con la cena. —se quejó Matt.
—Será solamente un momento. —le prometió ella.
Era cierto, minutos después, la oscuridad era absoluta. La ruta no tenía lámparas y la única iluminación provenía de las estrellas.
Una vez de vuelta en la ruta, Matt debió confundir una salida en la Autopista Stuart porque luego de una hora no había señal alguna de civilización.
Cuando estaban a punto de empezar a preocuparse, el cartel de una estación de servicio apareció a lo lejos. El dependiente no era muy amable, seguramente cansado de recibir turistas perdidos. De todas formas, sacó un mapa e intentó ayudarlos.
—Estamos aquí, Wycliffe Well. Ustedes deberían haber doblado y tomado la primera ruta que salía a su derecha.
—Bien, es usted muy amable. —le dijo Matt y dirigiéndose a su novia: —Volveremos en dirección opuesta y en menos de dos horas estaremos sumergidos en el jacuzzi de nuestra habitación en Alice Springs, mi amor.
—No se los recomiendo. Deberían pasar la noche en el motel y retomar el viaje cuando amanezca. —dijo el hombre con tono misterioso. La pareja lo miró atónita. —¿Aún no saben dónde se encuentran, no?
—Sí, a 200 kilómetros de nuestro destino. —le respondió Matt con impaciencia.
El hombre negó con la cabeza y señaló un cartel arriba del mostrador que, acompañado por un simpático hombrecillo verde decía: “Wycliffe Well, capital nacional de la vida extraterrestre.” Laura y Matt, que no creían en historias de terror, rieron.
—Deberían tomarlo en serio. —insistió el hombre con el semblante imperturbable.
Matt estaba seguro de que eran leyendas urbanas, pero era cierto que había estado manejando durante horas y se sentía un poco cansado. Un rugido en el estómago fue lo que terminó de convencerlo.
—¿Hay algún lugar para comer algo por aquí?
—El único restaurante está a 300 metros.
En el lugar reinaba la penumbra y las paredes estaban empapeladas por recortes de periódicos con historias de avistaje de ovnis. Compartieron una hamburguesa con papas que no era muy buena, y mientras saboreaban sus cervezas se entretuvieron observando a los parroquianos. Todos, en su mayoría hombres, tenían un aspecto pálido y enfermizo.
—Si creyera en estas cosas, aseguraría que estos tipos son aliens. —dijo Matt ahogando una carcajada.
Cuando terminaron la cena echaron un vistazo al motel al otro lado de la ruta. Según el gasolinero, el único en kilómetros.
—Se ve sucio y abandonado, no me gusta. —sentenció Laura.
Matt era un poco más tolerante con la rusticidad, pero incluso él no se atrevería a alquilar una habitación en ese sitio.
—Mira, si me recuesto a dormir en la caravana, en un par de horas podemos salir y llegar a Alice Springs justo para el desayuno. ¿Qué te parece?
Laura no se opuso, y después de una siesta reparadora, salieron de nuevo a la ruta.
Apenas media hora más tarde, los cubrió una tenue claridad. La joven pareja pensó que se trataba de otro automóvil que se acercaba, pero para cuando vieron la luz cegadora que los apuntaba fue demasiado tarde.
Nunca se supo nada más de Matt y Laura. Sus familiares los buscaron por todo el desierto sin éxito, pero los habitantes de Wycliffe Well sabían que era en vano. Los jóvenes ya no se encontraban en este mundo.
En el estado australiano conocido como Territorio del Norte existe un pequeño pueblo llamado Wycliffe Well. Lejos de toda civilización, su único atractivo turístico es que es considerada “la capital OVNI” de ese país. Incluso, algunos periódicos afirman que se encuentra en la quinta posición de ciudades con más avistamientos extraterrestres del mundo.
Todo comenzó en la Segunda Guerra Mundial cuando un grupo de militares que se alojaban en Wycliffe Well confeccionaron un cuaderno que recopilaba minuciosamente el avistaje nocturno de cada objeto luminoso no reconocido. El manuscrito, sin embargo, fue robado en la década del ‘90.
Desde entonces, personas de todo el mundo visitan el lugar con la esperanza de desentrañar uno de los mayores misterios: ¿existe la vida interplanetaria?
Estas son las mejores ciudades del mundo para visitar si quieres tener un encuentro del tercer tipo:
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]]>Makena fue la primera en desaparecer. Las autoridades del internado para niñas Nassouri, en el sur de Ghana, no le dieron importancia. La joven tenía catorce años y probablemente había escapado con un noviecito.
Cuando se reunieron por la noche a comentar lo sucedido, Naana, Kenia y Alika convinieron en que no era una historia tan descabellada. Muchas niñas dejaban la institución, hartas del encierro y la monotonía. Pero había algo extraño en la ausencia de Makena, por lo general una muchacha retraída y no demasiado agraciada. Una alumna que decía haberla visto por última vez, aseguró que Makena había entrado a uno de los baños del piso superior y nunca volvió a salir. Preocupada después de unos minutos, la alumna abrió la puerta y no encontró a nadie allí dentro.
Las tres amigas, apenas un año más jóvenes que la desaparecida, iban a todos lados juntas. Naana era la más fuerte y valiente; Alika, por su parte, era muy hermosa aunque un tanto frívola; Kenia, de modales suaves y delicados, era la que mantenía al grupo unido. Entre todas se complementaban y así es como se habían ganado la admiración de sus compañeras y el respeto de maestros y directivos. Por esta razón, les estaba permitido compartir una habitación exclusiva para las tres, mientras que el resto de las alumnas debían conformarse con convivir con amigas y enemigas por igual.
De la desaparición de Sena no se conocieron detalles, pero los rumores que corrían por los pasillos hablaban de gotas de sangre junto a su cama. Una vez más, en el internado actuaron como si nada hubiera ocurrido y las clases se desarrollaron como de costumbre. Sin embargo, Naana no estaba conforme con la historia oficial. Así se lo comunicó a sus amigas, ni bien estuvieron solas. A la luz de una vela, no querían llamar la atención y que las reprendieran por estar despiertas tan tarde, la más corajuda del grupo expuso su teoría, pero Alika y Kenia no dieron crédito a sus sospechas.
—Se trata de Madam Moke, estoy segura. —dijo Naana con un brillo en los ojos. Las otras dos la miraron desconcertadas. —Es la maestra malvada de la secundaria Zuri. Bueno, su fantasma para ser exacta.
Alika no quería saber nada de fantasmas y le reprochó a su amiga que quisiera asustarlas. Kenia intentó calmarla y le suplicó a Naana que no prosiguiera.
—Mi abuela me contó la leyenda cuando era una niña. —continuó Naana sin hacer caso a Kenia. —Moke acecha a los alumnos que no le agradan y los hace desaparecer. Se manifiesta como un zapato de tacón rojo.
—Por lo menos tiene buen gusto, —dijo Alika entre irónica y atemorizada.
—Tenemos que investigar. —insistió Naana.
—No, no. No parece una buena idea. —Kenia no sabía cómo mantener el equilibrio entre el reparo de Alika y la audacia de Naana.
—Vamos.
—¿Esta noche? No deberíamos… —quiso protestar Kenia.
Pero Naana ya se había puesto los zapatos y estaba haciendo señas desde la puerta.
Las tres amigas recorrieron los pasillos en penumbra. Iban en puntas de pie, cuchicheando sólo si era absolutamente necesario decirse algo. No sabían qué estaban buscando exactamente, pero Naana parecía estar muy segura de su plan.
Dieron vueltas por todo el edificio y no encontraron nada.
—¿Ven? —dijo Kenia en voz baja, más por no ser descubiertas que por respeto al fantasma. —No hay nada que temer, no estamos en una escuela embrujada. No tuvo tiempo de reírse de su ocurrencia cuando escucharon un ruido del otro lado del pasillo. Koi, Koi.
El sonido era inconfundible: el golpe seco de un tacón de madera sobre el cerámico. Las niñas se quedaron estupefactas, no muy seguras de si era preferible permanecer inmóviles o salir corriendo.
Koi, Koi. Volvió a escucharse. Naana les hizo señas para que la siguieran. Dieron la vuelta y ahí estaba. Al final del pasillo, un hermoso zapato rojo. Alika quedó hechizada ni bien lo vio. Kenia la tomó del camisón, debían correr en dirección opuesta. Pero era demasiado tarde. Alika estaba caminando hacia el bonito zapato, como poseída.
—¡Alika! —gritaron Naana y Kenia al unísono.
La muchacha, tan bella como vanidosa, no pudo resistirse a semejante espejismo. Dio los cuatro pasos que la separaban del tesoro y cuando quiso tomarlo se desvaneció ante los ojos atónitos de sus dos mejores amigas.
En la cultura africana, Madame Koi Koi es un fantasma que acecha dormitorios, pasillos y baños en los internados. Se cree que la leyenda proviene de la historia de una maestra que castigaba severamente a sus alumnos. Un día, en el camino de vuelta a casa, sufrió un accidente. Antes de morir juró venganza, y desde entonces aparece por las noches para castigar a los estudiantes que no obedecen.
A menudo, se la describe como una mujer bella que viste un único zapato de color rojo. En cada uno de los países africanos que cuentan esta historia el fantasma tiene distintos nombres:
El nombre Koi Koi tiene su origen en el sonido que hacen sus tacones al caminar, mientras que el nombre ghanés Moke significa en esa cultura “tacones altos”.
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]]>El sol caía detrás de las acacias y con las primeras contracciones comenzaron a agitarse las ramas de los árboles. El graznido de un animal salvaje que resonó a lo lejos no las alarmó. No era inusual este tipo de presencias en el campo, tan alejadas de todo. Pero cuando las puertas y ventanas de la casa se abrieron sin motivo, golpeando estruendosamente las paredes, Doña Catalina miró a su hija y sentenció:
—Es el Pombero.
—No debes nombrarlo. Se despertará hecho una furia, —contestó Malena en un susurro.
Un chillido agudo lo confirmó. No esta noche, por favor, pensó la joven. Hacía décadas que el espíritu no se había manifestado en la zona, y los campesinos consideraron que no volvería a atacar, siempre y cuando le dejaran una ofrenda cada noche: miel, aguardiente y tabaco, su preferido. Si algún día olvidaban el obsequio, entonces la bestia se vengaría tirando piedras y descabezando a los animales de granja.
Echada en la cama, inmóvil, Malena procuraba ahogar sus gritos para no atraer al Pombero. Cualquier ruido podía terminar de despertarlo. Por el momento sentía que no corría peligro, pero pronto no podría controlar los raptos de dolor y la amenaza sería inminente. Los alaridos que provenían de la arboleda que rodeaba la vieja casa le ponían los pelos de punta.
—Ahí viene otra —dijo Malena con un hilo de voz, estrujando en un puño la punta de la sábana pegajosa que cubría la cama mojada por la transpiración.
—Fuerza m’hija, ya falta poco.
Malena se relajó en las palabras de su madre, no podría pedir mejor compañía para un momento como ese. Doña Catalina había presenciado innumerables partos. En su juventud, las mujeres del lugar pedían por ella cuando estaban a punto de parir y se había convertido en una suerte de matrona.
—Te traeré un jugo de frutas, debes hidratarte. —Doña Catalina no quería dejarla sola. Pero Malena era fuerte y, a pesar de las lágrimas que corrían por sus mejillas, no se quejó cuando su madre abandonó la habitación.
Las luces se apagaron y de pronto todo fue oscuridad. Tanteando en la penumbra, sin embargo, la mujer encontró el camino. Sabía perfectamente dónde guardaba las velas y en pocos segundos podría volver junto a su hija. Antes de alcanzar el lecho los pasos del Pombero se escucharon en toda la casa. Era señal de que no se daría por vencido.
Los que lo habían visto, y Doña Catalina era una ellas, decían que parecía un viejo petiso y gordo, cubierto por una densa capa de pelo negro. Había quienes aseguraban que era un duende, otros que se trataba de un hombre antiguo, anterior a la civilización. Como fuera, el aspecto era totalmente terrorífico.
La llama de la vela se encendió y Doña Catalina encontró a Malena semi inconsciente. La mujer temió lo peor: el Pombero la había paralizado. Le palmeó suavemente las mejillas y esperó. La joven pronunció algunos quejidos inaudibles que la madre comprendió enseguida. Le acercó un vaso de agua y luego de unos pequeños sorbos Malena volvió en sí.
Al amanecer sintieron alivio; el Pombero no se mostraba a la luz del día. La única esperanza era que el niño naciera esa mañana, a lo sumo por la tarde. No ocurrió así. Llegada la noche Malena aún estaba en trabajo de parto.
Las contracciones eran tan intensas y tan frecuentes que ya no era posible reprimir los alaridos de dolor. Se sentía poseída, como si el niño no quisiera nacer. Luego de algunas horas Doña Catalina supo que algo andaba mal.
—Está atravesado, —dijo después de palpar el vientre abultado. Cuando te indique deberás pujar con todas tus fuerzas.
Con cada pujo el Pombero chillaba cada vez más agudo. Al cabo de unos minutos el grito de ambos se había vuelto uno solo. Un sonido insoportable para el oído humano, enloquecedor.
Una especie de tornado envolvió la casa y el suelo de la llanura se movió como en un terremoto. Malena estaba agotada y a punto de darse por vencida, pero Doña Catalina estaba empeñada en sacar a ese niño con vida.
Malena sacó fuerzas de donde no tenía y el bebé aulló por fin. Su primer llanto apaciguó el chillido del Pombero, y por un momento pareció que la pesadilla había terminado.
Antes de que la mujer pudiera entregar el niño a la flamante madre una figura apareció bajo la sombra de la ventana. Un hombrecillo peludo y de piel oscura las miraba desde el rincón. Protegiendo al pequeño en sus brazos, Doña Catalina se alejó. Había escuchado historias similares, pero nunca había querido creerlas. Era cierto, el Pombero amenazaba a los pobladores, pero no era posible que robara niños. Cree que es el padre, le habían dicho una vez.
A la mañana siguiente se despertaron como de un hechizo. El niño ya no estaba ahí.
La historia del Pombero se cuenta a menudo entre los campesinos del norte de Argentina, Uruguay, Paraguay y el sur de Brasil. Es un mito de origen guaraní que consideraba a este ser como un protector de la naturaleza.
A lo largo de todo el territorio, a esta bestia se la conoce con diferentes nombres:
La creencia popular también indica que el Pombero puede ser vengativo si no se cumplen sus demandas, produciendo destrozos en las huertas y las casas. A menudo se lo avista deambulando alrededor de mujeres embarazadas.
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]]>Todo comenzó en 1969 con un grupo de adolescentes aficionados a las ciencias ocultas. Movidos por la curiosidad de las artes de la percepción extrasensorial, se congregaron en el cementerio de Highgate, al norte de Londres.
Pasaron allí una noche de terror. Después de la medianoche, los jóvenes que pensaban que sería una salida divertida, se quedaron mudos al ver una figura gris elevarse sobre una de las lápidas. Novatos como eran, corrieron asustados y abandonaron el cementerio antes de que el espíritu pudiera alcanzarlos.
Cuando pudieron recuperarse de la conmoción, denunciaron en el diario local la presencia de entidades sobrenaturales, y los vecinos del barrio de Highgate también confesaron haber visto fantasmas y otros seres espectrales en la zona.
Henry Price, experto en experiencias sobrehumanas, decidió emprender una investigación propia. Empacó sus herramientas habituales en una mochila: una grabadora de cinta para registrar sonidos extraños; un detector de campo magnético; y una cámara de fotos termográfica para captar imágenes en la oscuridad. Listo para la aventura, caminó las diez cuadras que lo separaban del cementerio y luego trepó las rejas aterrizando con maestría sobre la tierra mojada.
Lo primero que descubrió fue un conjunto de huellas, probablemente pertenecientes a un animal pequeño, que se detenían sin explicación a mitad de camino. Encendió la grabadora y puso en marcha el detector, que no captó fuerzas electromagnéticas significativas. A su vez tomó algunas fotografías, aunque recién podría ver los resultados al día siguiente en el laboratorio.
A medida que se adentraba en lo profundo del camposanto, los sonidos de la ciudad iban quedando atrás. Al pasar junto a una antigua tumba gótica, sintió un escalofrío. Detrás de la lápida yacían tres zorros, muertos. Al examinarlos de cerca, Henry pudo comprobar que los animales tenían profundas heridas en la garganta y estaban completamente vaciados de sangre. La imagen era sobrecogedora.
Al día siguiente, bajo el rojo brillante de la lámpara del cuarto oscuro, Henry reveló las fotografías. A simple vista no se apreciaba nada fuera de lo común, solo árboles, tumbas, senderos. Pero cuando les dedicó una mirada exhaustiva, el vampiro estaba ahí. Henry dio un salto hacia atrás. La figura, cubierta por una capa negra, miraba directamente a la cámara, como desafiándola. Su boca estaba cubierta de sangre.
Los vampiros no eran su especialidad, por lo que tuvo que recurrir a la biblioteca para recabar información que pudiera explicar el extraño fenómeno. En un olvidado y polvoriento libro Henry encontró una pista. A principios del siglo XVIII, el ataúd del príncipe de Valaquia, actualmente Rumania, que había reinado durante la edad media, fue trasladado por fanáticos a Inglaterra. El noble era conocido por practicar la magia negra y se decía que había sido enterrado en el mismo lugar que más tarde se convertiría en el cementerio de Highgate.
Los satanistas deben de haberlo despertado de su sueño eterno, pensó Henry. Al doblar la página, un rústico retrato del príncipe lo miraba con sorna. Lo reconoció de inmediato. El rostro era idéntico al de la criatura de la fotografía.
Todo estudioso de lo desconocido sabe que para derrotar a un ser terrorífico hay que esperar una fecha especial. Para su fortuna, no faltaba mucho para el próximo viernes 13.
El día señalado, se presentó en el cementerio con un crucifijo, una cabeza de ajo y una estaca de madera. Una vez estuvo en el lugar preciso donde el vampiro se había manifestado por última vez, Henry marcó con agua bendita un círculo a su alrededor, y colocó frente a él un cuenco de plata colmado de sangre de cerdo. Con esta ofrenda el vampiro no se podría resistir.
Unos minutos más tarde, Henry sintió una presencia. Al principio no pudo verlo, pero cuando lo tuvo cerca no había dudas de que se trataba del príncipe de Valaquia.
Como había anticipado, el vampiro bebió la sangre de un sorbo, como si hubiera estado sediento por siglos. La imagen era espeluznante: el líquido carmesí caía como hilos de su boca. Incluso Henry, que hasta ese momento creía que no le tenía miedo a nada, se sintió paralizado.
No le quedaba mucho tiempo, una vez que la sangre se hubiera terminado, la criatura iría por su pellejo. La luz brillante de un automóvil que pasó por la carretera lo encegueció de pronto. Henry aprovechó la distracción, tomó el ajo en una mano y la estaca en la otra y lo embistió directo al corazón. Sin demora, la figura se desvaneció ante sus ojos.
Cincuenta años después, los habitantes de Highgate no han vuelto a ver al vampiro que acechaba en el cementerio local.
A principios de la década del 70, dos hombres locales se disputaron el descubrimiento de presencias extrañas en el cementerio de Highgate. David Farrant creía que había un fantasma, y Sean Manchester que se trataba de un vampiro. Ambos estaban convencidos de que podían ahuyentarlo.
Fue tal el revuelo, que hasta un canal de televisión (ITV) se ocupó del caso. Todo Londres se mantuvo en vilo mientras veían a Farrant y Manchester desplegar su rivalidad en prime time. Luego de algunas semanas, el público se aburrió de la historia, aunque los dos cazadores continuaron traspasando las inmediaciones del cementerio en búsqueda de lo sobrenatural. Por este motivo, fueron arrestados varias veces hasta que finalmente abandonaron la misión.
Algunos de los personajes célebres que se encuentran enterrados en el cementerio de Highgate son:
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]]>Componen este espacio ficciones que, si bien son fantásticas, están inspiradas en casos reales e historias provenientes de la tradición oral. Están destinadas a lectores que gusten de pasar un momento de escalofrío y conmoción. Lo extraño y paranormal no nos asusta: estamos dispuestos a enfrentarlo, incluso cuando sintamos la desesperada necesidad de escondernos detrás de un crucifijo.
Si no eres fanático de este género, y piensas que no podrás sobrevivir a una intensa sesión de pánico, te equivocas. Leer cuentos de horror es la vía más segura para hacerse fuerte. A través de ellos podemos fortalecer el alma ante estas historias que nos acechan desde niños. Después de recorrer este blog, puedo prometerte que no volverás a ser el mismo.
¿Quién no ha pasado una noche en vela porque la puerta del armario ha quedado abierta? ¿Pueden todos los aquí presentes jurar que nunca han corrido a la cama de sus padres después de una pesadilla espeluznante? ¿Y qué me cuentan de las noches de campamento alrededor de un fogón en medio de un bosque cubierto de sombras?
Todo eso ha quedado atrás, pero podemos revivirlo, ahora que estamos un poco más grandes, de otra manera. Estos cuentos te transportarán a tu infancia, cuando la fantasía era tu estilo de vida, cuando convivir con monstruos y criaturas espectrales era cosa de todos los días. Después de todo, nos inventamos historias estremecedoras para protegernos de los peligros reales.
Es curioso como todas las civilizaciones se han hecho la misma pregunta. ¿Hay vida después de la muerte? Los que dejan asuntos pendientes en la tierra, ¿están condenados a volver y volver como fantasmas para ahuyentar a los vivos? ¿Existe el infierno?
Aún hoy, estos interrogantes pueden encontrarse en periódicos, programas de televisión y redes sociales. El espíritu colectivo no se cansará nunca de explorar la manera de exorcizar lo más oscuro de la vida humana. Por esta razón, son tan importantes estos relatos, que buscan lograr, en comunidad, la catarsis que nos alejará del mal.
En mi opinión, esta duda existencial se resume en pocas palabras: sólo en la muerte encontraremos el sentido de la vida.
Si mis historias te ponen los pelos de punta, pues entonces eres libre de compartirlas con tus amigos. Pero atención: no son aptas para abuelitas y niños pequeños.
Bienvenidos a pasarmiedo.com, bienvenidos a lo oculto. Acompáñenme en esta aventura repleta de enigmas y misterios por descubrir. La única regla es permanecer abierto a lo desconocido y adentrarse en lo más profundo de las tinieblas. Y recuerda que la lectura es el principal vehículo hacia el conocimiento supremo.
Apaga la luz, enciende una vela, y a disfrutar.
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