El Pombero
Historias espeluznantes

La leyenda del Pombero, el señor de la noche

¿Conoces la leyenda del Pombero? Esta historia mítica de origen guaraní se cuenta desde hace muchísmos años en las zonas rurales del norte de Argentina, Uruguay, Paraguay y el sur de Brasil y causa tanto miedo como intriga. Prepárate para descubrir quién es el Pombero y qué pasa si dices su nombre en voz alta en la noche.

Una noche agitada

El sol caía detrás de las acacias y con las primeras contracciones comenzaron a agitarse las ramas de los árboles. El graznido de un animal salvaje que resonó a lo lejos no las alarmó. No era inusual este tipo de presencias en el campo, tan alejadas de todo. Pero cuando las puertas y ventanas de la casa se abrieron sin motivo, golpeando estruendosamente las paredes, Doña Catalina miró a su hija y sentenció:

—Es el Pombero.

—No debes nombrarlo. Se despertará hecho una furia, —contestó Malena en un susurro.

Un chillido agudo lo confirmó. No esta noche, por favor, pensó la joven. Hacía décadas que el espíritu no se había manifestado en la zona, y los campesinos consideraron que no volvería a atacar, siempre y cuando le dejaran una ofrenda cada noche: miel, aguardiente y tabaco, su preferido. Si algún día olvidaban el obsequio, entonces la bestia se vengaría tirando piedras y descabezando a los animales de granja.

Echada en la cama, inmóvil, Malena procuraba ahogar sus gritos para no atraer al Pombero. Cualquier ruido podía terminar de despertarlo. Por el momento sentía que no corría peligro, pero pronto no podría controlar los raptos de dolor y la amenaza sería inminente. Los alaridos que provenían de la arboleda que rodeaba la vieja casa le ponían los pelos de punta.

—Ahí viene otra —dijo Malena con un hilo de voz, estrujando en un puño la punta de la sábana pegajosa que cubría la cama mojada por la transpiración.

—Fuerza m’hija, ya falta poco.

Malena se relajó en las palabras de su madre, no podría pedir mejor compañía para un momento como ese. Doña Catalina había presenciado innumerables partos. En su juventud, las mujeres del lugar pedían por ella cuando estaban a punto de parir y se había convertido en una suerte de matrona.

—Te traeré un jugo de frutas, debes hidratarte. —Doña Catalina no quería dejarla sola. Pero Malena era fuerte y, a pesar de las lágrimas que corrían por sus mejillas, no se quejó cuando su madre abandonó la habitación.

Las luces se apagaron y de pronto todo fue oscuridad. Tanteando en la penumbra, sin embargo, la mujer encontró el camino. Sabía perfectamente dónde guardaba las velas y en pocos segundos podría volver junto a su hija. Antes de alcanzar el lecho los pasos del Pombero se escucharon en toda la casa. Era señal de que no se daría por vencido.

Los que lo habían visto, y Doña Catalina era una ellas, decían que parecía un viejo petiso y gordo, cubierto por una densa capa de pelo negro. Había quienes aseguraban que era un duende, otros que se trataba de un hombre antiguo, anterior a la civilización. Como fuera, el aspecto era totalmente terrorífico.

La llama de la vela se encendió y Doña Catalina encontró a Malena semi inconsciente. La mujer temió lo peor: el Pombero la había paralizado. Le palmeó suavemente las mejillas y esperó. La joven pronunció algunos quejidos inaudibles que la madre comprendió enseguida. Le acercó un vaso de agua y luego de unos pequeños sorbos Malena volvió en sí.

Al amanecer sintieron alivio; el Pombero no se mostraba a la luz del día. La única esperanza era que el niño naciera esa mañana, a lo sumo por la tarde. No ocurrió así. Llegada la noche Malena aún estaba en trabajo de parto.

Las contracciones eran tan intensas y tan frecuentes que ya no era posible reprimir los alaridos de dolor. Se sentía poseída, como si el niño no quisiera nacer. Luego de algunas horas Doña Catalina supo que algo andaba mal.

—Está atravesado, —dijo después de palpar el vientre abultado. Cuando te indique deberás pujar con todas tus fuerzas.

Con cada pujo el Pombero chillaba cada vez más agudo. Al cabo de unos minutos el grito de ambos se había vuelto uno solo. Un sonido insoportable para el oído humano, enloquecedor.

Una especie de tornado envolvió la casa y el suelo de la llanura se movió como en un terremoto. Malena estaba agotada y a punto de darse por vencida, pero Doña Catalina estaba empeñada en sacar a ese niño con vida.

Malena sacó fuerzas de donde no tenía y el bebé aulló por fin. Su primer llanto apaciguó el chillido del Pombero, y por un momento pareció que la pesadilla había terminado.

Antes de que la mujer pudiera entregar el niño a la flamante madre una figura apareció bajo la sombra de la ventana. Un hombrecillo peludo y de piel oscura las miraba desde el rincón. Protegiendo al pequeño en sus brazos, Doña Catalina se alejó. Había escuchado historias similares, pero nunca había querido creerlas. Era cierto, el Pombero amenazaba a los pobladores, pero no era posible que robara niños. Cree que es el padre, le habían dicho una vez.

A la mañana siguiente se despertaron como de un hechizo. El niño ya no estaba ahí.

Cuenta la leyenda…

La historia del Pombero se cuenta a menudo entre los campesinos del norte de Argentina, Uruguay, Paraguay y el sur de Brasil. Es un mito de origen guaraní que consideraba a este ser como un protector de la naturaleza.

A lo largo de todo el territorio, a esta bestia se la conoce con diferentes nombres:

  • Kuarahy Jára
  • Cho Pombé
  • Chopombé
  • Pomberito
  • Karai Pyhare
  • Pyrague

La creencia popular también indica que el Pombero puede ser vengativo si no se cumplen sus demandas, produciendo destrozos en las huertas y las casas. A menudo se lo avista deambulando alrededor de mujeres embarazadas.